¡Eeeeeeeeeeeeesto es México! 

Veridis Quo

Por José David Pérez Baez 
Comunicólogo, profesor, geek, cinéfilo, pambolero de medio tiempo y papá de tiempo completo.
México es un país que destaca por la riqueza cultural y lingüística que se manifiesta en sus más de 60 lenguas indígenas, pero sobre todo en la sazón con la que nos expresamos en el día a día. Poseemos incluso variantes lingüísticas en nuestro territorio (por la pronunciación norteña, costeño, del sureste, del Altiplano) y hacia el exterior que se conocen como mexicanismos (aguas, cabús, itacate, escuincle, entre otros) que nos diferencian del español castellano. 
Entre todos, usamos palabras que van y vienen en el uso cotidiano, mismas que se utilizan con maestría por el mexicano, cualquiera que este sea; no aplican en este rubro clases sociales, niveles de formación académica y mucho menos profesiones.
Pero, ¿es realmente un signo cultural positivo? Porque una cosa es la identidad nacional, el amor a la patria y cosas por el estilo, y algo muy distinto es lo que generan. Vamos, una cosa es el fondo y otra la forma. 
Todos conocemos a alguien que en las reuniones cuenta chistes de doble sentido que a más de uno hacen carcajear, pero ponen incómodos a otros tantos.
Hemos visto cómo, en los estadios de futbol, el grito que anticipa el despeje del portero rival (¡Eeeeeeeeeh puto!) ha generado ya discusiones a nivel internacional sobre la discriminación a los grupos homosexuales y sus derechos como personas; la FIFA interpuso sanciones en el mundial de Rusia, en el 2018, que costaron cerca de 200 mil pesos a la Federación Mexicana de Futbol, todo porque a los mexicanos “nadie nos dice cómo disfrutar la emoción de un partido” o porque “decir puto no tiene nada que ver con ser homosexual”. 
El mexicano vive en la dicotomía que rodea al fondo y la forma; nada es insultante hasta que lo es. Tan sólo en el estado de Veracruz, la mentada de madre puede ser saludo (¡Quihubo, Jorge, ¿cuánto tiempo sin verte? ¡Chingada madre!) u ofensa (¿Que el América es mejor que Chivas? ¡Chingas a tu madre!). 
Y así, vamos utilizando el lenguaje a plenitud, sobre todo cuando queremos opinar. Es probable que ya te haya sucedido que, navegando por tus redes sociales, encuentres una publicación que, a todas luces, se muestra idónea para plasmar tus pensamientos sobre el tema y en donde, quizá sin querer queriendo, terminas discutiendo entre comentarios con alguien a quién nunca has visto. Es probable que esta práctica también te haya hecho perder alguna que otra amistad. Y es normal, somos mexicanos expertos en todos los temas. 
Pero, realmente ¿se debe esas discusiones a la diferencia de opiniones? ¿Son parte de nuestra herencia combativa? Desde mi punto de vista no.
Creo que en una sociedad pensante, interesada por crecer en su ejercicio crítico, lo ideal es contrastar opiniones, debatir, comentar las cosas pero siempre movidos sobre la base del respeto. 
Pero es justo en esta práctica en donde existen los personajes que todos conocemos: expertos en todo, mentirosos cuando se encuentran sin recursos o argumentos, viscerales que empiezan a insultar a los demás, cortos de mente. Todos conocemos a alguien así (y si no, aguas con pertenecer a ese selecto grupo).
El detalle de opinar distinto les produce un sentimiento de inconformidad enorme, pues casi los obliga a tratar de convencer a otros de que ellos tienen la razón y si piensas lo contrario 
la lista de descalificaciones inicia: puto, feminazi, chairo, misógino, desviado, enfermo, pendejo, (¿seguimos?).
Sin duda, el fondo es importante, pero la forma lo es en igual medida. Por eso el título de este texto; sin importar lo diferentes que sean nuestras maneras de pensar, esforcémonos por no insultarnos, construyamos un México mejor, uno en donde la gente pueda vivir sin el miedo a ser irrespetado por opinar diferente; respetemos, pues las formas que elegimos en ocasiones fomentan mucho del odio que vemos en las calles. Como ejemplo, cito aquel momento en que me mandaron a chingar a mi madre, por decirle a alguien que la diabetes no se cura, que se controla. 

¿No se supone que estamos hartos de la violencia? ¿Que nos preocupa heredar un país riesgoso a nuestros niños? ¿Cómo pretendemos reducir la violencia, si en cada comentario o plática nos traiciona la pasión?
El reflejo de la tolerancia y el respeto son mínimos indispensables para vivir en sociedad, en esa sociedad armónica que queremos construir.
Sin ella será muy difícil que las luchas sociales den frutos reales que nos beneficien a todos. Sí, es cierto en México no todo es malo, no todo es ofensivo (o al menos no todo intenta serlo) pero sin duda existe en la actualidad una hipersensibilidad en la que las personas se escudan también cuando les parece necesario. Y si vamos a ser parte de esa conveniente dicotomía aprendamos a reconocer cuándo nos encontramos en el contexto ideal en que “puto” es una expresión y no un insulto. Leamos a nuestros interlocutores y establezcamos un entendimiento tal que no implique faltarle al respeto a quien no esté de acuerdo con nosotros.
"Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, es una frase que se le atribuye a Voltaire (aunque pertenece a la biógrafa del mismo, Evelyn Beatrice Hall) y que enmarca en mucho el sentido de estas letras.
El respeto, como valor, es la base de una sociedad dónde todos queremos vivir.
 

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